Ave María

Ambos vestían sus cuerpos desnudos sin preocuparse por el tiempo. La mujer se echaba perfume en la  piel para disimular el amor que traía en las entrañas, decoraba su boca con un labial fucsia y  maquillaba su rostro con un polvo  rosado que cubría los años, sintiendo un claro espejismo en el corazón que la confundía a golpes, pero sabía por recomendaciones de las veteranas en el oficio, que una prostituta no se puede enamorar de su cliente, efectivamente, era la primera regla que se tenía que aprender en la Zona Rosa de Lima, el amor era el peor castigo. De pronto su pensamiento fue interrumpido por  la puerta que estallaba continuamente por una advertencia, la señal que indicaba el término del sutil romance. Seguramente era Nacho, el negro proxeneta, quien seguía tocando con tenaz insistencia, Hora es hora, diría en estricto cumplimiento del alquiler, agregando que el tiempo vale más que el dinero y que los clientes no pueden seguir esperando a la bella Amorosa, la francesa que tenía todas las condecoraciones en el sexo,  experta en las inimaginables  felaciones y complaciente en engreír al corazón más insatisfecho. Valía la pena aguardar por ella porque eran ciertos todos los rumores que se contaban sobre el placer que se desataba dentro de sus cuatro paredes. Cualquier sacrificio siempre era oportuno, es decir, complacer el capricho que la parisina solicitaba, significaba obtener una recompensa en la cama que era semejante  a tocar los portales del paraíso y regresar a la realidad para contarlo, ¿Terminaste de vestirte cariño?, preguntó con su voz calmada que creaba un relámpago en la piel, ocasionando sobresaltos en el alma. La respuesta afirmativa  no tardó en llegar, cuando el hombre de avanzada edad se disponía a recoger su boina del velador, logrando contemplar la firmeza irreductible de Amorosa, su cabello castaño y liso, sus piernas largas y de canelas claras, en toda aquella armonía de su cuerpo que jugaba con el tatuaje dibujado en su brazo izquierdo del corazón de Jesús, Nos veremos mañana amor, palabras que se escucharon de los labios irreprochablemente hermosos de la prostituta, quien abría la puerta y la cerraba nuevamente para despedirse sin mirar atrás.

Evaristo Jiménez  pensaba en su vida y el poco futuro que le restaba, pensaba también en las clases de literatura que tenía que dictar en la universidad de San Marcos dentro de pocas horas, a tantos estúpidos que creían todavía que la poesía se aprende en las aulas. En verdad estaba cansado de todo cuanto fuera su destino, excepto de una sola cosa que tenía nombre y a la que siempre llevaba de alguna manera en su lenguaje, Amorosa, la puta que había hurtado su corazón y sus poemas de rimas y leyendas, aquella mujer por la que había publicado libros sin cansarse, por la que había llorado, odiado, querido, y alguna vez sentido afecto por la humanidad en su minúscula vida como profesor. Camina y camina como si no hubiese otra alternativa para el hombre, enciende un cigarrillo para que su soledad se sienta acompañada, escuchando el ruido de los autos que vienen y van por las inmensas avenidas. A lo lejos puede ver al negro Nacho que abraza orgulloso a la bella Amorosa, ¿Será feliz? porque Amorosa siempre ríe a pesar de ser tan triste, él lo había notado aunque ella siempre se encargaba de negarlo con un beso. Evaristo Jiménez no la pierde de vista, porque ella también fuma arreglándose el cabello con las manos, tan fina, tan delicada, tan callada. Seguramente ya consiguió una nueva cita, y dentro de poco hará el amor como una alondra. Pero eso no importa, porque el Profe ya estaba acostumbrado a las artimañas, hasta el punto de haber perdido el orgullo, los celos y la dignidad que nunca tuvo. No deberíamos contar estos por menores que no vienen al cuento, así que es mejor regresar a nuestro relato porque el viejo Evaristo acaba de tomar un taxi amarillo rumbo al Hotel Bolívar, debido a que le queda tiempo para tomarse un café mientras ordena sus ideas para el nuevo poemario que está apunto de publicar. Necesita fumar y tomar un café para escribir, sí, para sacarse de una vez el fantasma que le grita oraciones a medianoche. Piensa, existe, crea, aunque él únicamente quiere que sea sábado para volver a ver a la espléndida Amorosa, a quien por primera vez no tendrá que pagar por su amor,  Qué débil soy carajo, era una frase que usaba como un conocido reproche, Qué débil soy carajo, esta vez lo dijo en tono alto causando que el conductor mire por el retrovisor preocupado, y aunque Evaristo lo percibió, no prestó mayor atención al hecho retomando la mirada a su ventana lateral, viendo miserias, niños mendigando el pan, ancianos acomodándose en el frío de la noche, jóvenes que robaban porque no tenían otra salida, putas y más putas varadas en la calle Colmena,  Lima es una mierda, el mundo es una mierda, el hombre es una mierda, la vida es una gran puta  y el amor es el peor castigo para la humanidad, pensó.

La mañana asaltaba con un frío temeroso y una ligera llovizna. No era de extrañar que en octubre la capital se cubra con una niebla gris y solitaria en el cielo. Amorosa acababa de despertar y miraba el reloj que colgaba en la pared de su habitación. Aún tenía tiempo para la cita con el Profe Evaristo Jiménez, y por el rostro que trae podemos afirmar que está ansiosa que las aguas del minutero que ahora marcan las diez de la mañana, indiquen en un abrir y cerrar de ojos, las ocho de la noche, pero vamos, seamos realistas, cada cosa a su debido tiempo, la cita podía esperar y las horas seguirían cayendo con la precisión de las cifras. Ahora Amorosa resuelve tomar un baño para luego pintarse las uñas y comer algo pasajero que engañe su apetito. Diríamos que en esta coyuntura son pocos los que tienen coraje de bañarse, aunque nunca faltan las excepciones, como la mujer que está frente a la regadera, confundida entre diversos olores que trae en el cuerpo, ¿Cuántos me tiré ayer? se dice así misma cogiendo el jabón. La espuma blanca brota en su piel recorriendo los lugares más íntimos y lozanos, ¿Cuánto tiempo ha pasado? al parecer empieza a recordar sus inicios en la Zona Rosa, cuando Nacho abusó de ella, llevándose su pureza de los dieciséis años. Cada día aquel pensamiento se hacía presente, el detestable y grueso falo caliente penetrándola sin consideraciones, ese gran cuerpo negro que la abrumaba y que la hacía llorar de dolor, Todos serán medidos con una sola vara, sentenció Amorosa. El agua fría seguía  batiendo sobre ella como gota de rocíos versando su belleza primaveral sin causarle daño, hasta que por fin se saca al banquero Friedrich, aparta de ella al congresista Madueño, al diputado Alcántara, al sacerdote Vasconcelos, y por aquí y por allá habían besos  esparcidos de empresarios, militares de los más altos grados, decanos y cerdos políticos que traían el demonio entre las piernas. Realmente Amorosa se sentía cansada, los años empezaban a rendirle cuenta de sus actos, ya no era la misma de ayer, sus fuerzas cada vez la iban abandonando. Sin embargo, Amorosa suspira, porque reconoce en su piel a Evaristo Jiménez, con el que había hecho el amor el día de ayer, aquel hombre que le había jurado tantas veces sacarla de la inmundicia, apartándola de los brazos del negro proxeneta para llevarla al mundo que había creado entre poemas.  Al parecer logra percibir el aroma a tabaco, Es mi Profe, murmura alegremente  sonrojándose y dirigiendo su mano derecha hacia su sexo húmedo que va frotando con ternura, Evaristo Jiménez…Evaristo Jiménez – se muerde los labios- todo se convierte en un sueño donde ella está frente a un vestido blanco que mira tras de una vitrina del Jirón de la Unión, Evaristo Jiménez…Evaristo Jiménez, clama a voz en vida, logrando que sus dedos se hundan atravesando su conducto membranoso de hembra, situándose en el lugar exacto donde ella gemía de placer. Amorosa se masturba pensando en el futuro, en aquel vestido blanco de seda que la llevará al altar…Algún día, algún día, algún día, grita excitada.

Por otro rincón de la capital, lejos del barullo del centro de Lima, se encuentra nuestro Profe, que por nombre deducimos que es de descendencia provinciana, Evaristo Jiménez, nada más y nada menos. Un puneño que llegó a la gran ciudad de trenes y autobuses chillones con la esperanza de irse a París en un barco, pero miren lo que es la vida, se quedó dentro de las aulas llevando la rutina de un poeta sin alas. Sus cincuenta y ocho años de edad ratifican que no logró el éxito que esperaba, demostrando la mendicidad de un camino mediocre y sin sentido. No es novedad que se digan estas cosas, porque mediocres tienen que existir para que se reconozcan a los emprendedores, nos referimos a un balance en equilibrio. No todos nacen para ganar, así como no todos nacen para perder. El veterano da un vistazo por su ventana contemplando las calles miraflorinas, ¿Qué hora es carajo?, se reprocha porque allá afuera las luces empezaron a encenderse. Busca en el escritorio su reloj de mano, pero no lo encuentra porque todo es un caos de papeles regados a diestra y siniestra por donde se mire. Se da cuenta que ya es demasiado tarde y que aún lleva un áspero sabor en la garganta por los cigarrillos que se fumó ayer cuando escribía. Acaba de despertar y todo es un desorden, desde su recámara hasta la cocina, no puede hallar un vaso con té, café tampoco hay, vino menos, coñac sí hay, debido a que siempre habrá coñac para el consuelo de un mal relato. Se sienta a pensar mientras el aroma del licor moja sus labios, aún podía recordar el delirio del amor, el mismo de siempre. Amorosa completamente desnuda, acariciando sus senos perfectos y voluminosos, que luego lo conducirían al borde de sus ramajes, haciendo que el veterano se recueste sobre la cama, Ahora cariño, yo seré la policía y tú mi prisionero, era una orden ya conocida que era ejecutada por la voz sensual de la parisina. El Profe consentía el acto de prisionero, hundiéndose en los besos que se adherían al romance donde las almas se encuentran. Hubo caricias, hubo confusiones y voces entre cortadas, de gemidos, delirios, vacilaciones, complicidad de miradas que iban creando un final de cuerpos en un mismo aliento, Me lastimas, me lastimas, se quejaba Amorosa, quien era penetrada por el ano, mientras Evaristo Jiménez, le jalaba los cabellos, le mordía la espalda y le daba golpes en las nalgas  que terminaron de  quebrar la oscuridad, tejiendo dolores y perdonando el engaño  del amor.

Suspira Evaristo Jiménez con profundidad, y vuelve a hacerlo otra vez, recordando lo que aconteció ayer en la Zona Rosa, sin prestar atención a la hora que por cierto está cada vez más cerca de las ocho de la noche. No hubo tiempo de ordenar cualquier disturbio que reposaba en la casa, ni mucho menos hubo tiempo para que nuestro querido y estimado Profe, se cambiara la espantosa bata que trae puesta. Alguien toca el timbre, seguramente es Amorosa. No tratemos de imaginar que Evaristo Jiménez a estas alturas se ponga a barrer la casa, a recoger los poemas regados en el dormitorio, a lavarse la cara porque nada de esto pasará, debido a que la emoción le indica que tiene que abrir la puerta, auque la razón a gritos le sugiere, Ey! Evaristo, al menos échate un poco de colonia para disimular la mala noche. No insistamos, no vale la pena, no nos escuchará. Que no se diga después que no le llamamos la atención, a este viejo profesor de literatura quien ya abrió la puerta y la cierra despacio, saludando con torpeza a la bella Amorosa, Pasa, pasa, siéntete como en casa. Los tacos negros resonaron en la sala, dirigiéndose al sofá que está a cinco pasos, Déjame adivinar, estuviste escribiendo, Sí ya acabé mi último poemario, Y cuál será el título, Amorosa, respondió Evaristo Jiménez, seguro de sí mismo. La bella francesa reía tapándose la boca para contener cualquier tipo de burla, mientras que el Profe atento le alcanzaba una copa de coñac, Los poetas siempre hablan en clave, dijo Amorosa retomando la conversación, Te equivocas, las palabras son las que terminan interpretando las verdades, Entonces enséñame a ser feliz como lo eres tú, a confiar como confías tú, a repartir sonrisas como tú, Ya estoy viejo para eso Amorosa y lo sabes, Nunca es tarde para amar, refutó con sus ojos verdes y flameantes, Te equivocas, el amor a mi edad es un pecado, Respondió Evaristo, agregándose más coñac y rascándose el espeso bigote negro, Pero Dios es amor y nosotros somos su semejanza, Es cierto, por eso Dios tiene su infierno que es el amor a los hombres. Amorosa no entendió estas últimas palabras y se mantuvo en silencio esperando a que Evaristo continúe la conversación, Sin tu amor mi vida no tendría sentido, continuó el viejo quien buscaba su encendedor, Por qué lo dices Poeta – se hizo una pausa- Porque tu amor me libera mi pequeña Amorosa. Ella acercó sus labios frondosos hasta encausarlos contra su otra alma gemela. Vaya, vaya, una puta enamorándose de los menos fiables, nada más y nada menos de un poeta, quién lo diría, suele pasar hasta en los mejores relatos. Sus coincidencias hacen que sus manos se encuentren, se rocen mutuamente, caricias por arriba, caricias por abajo, Vamos a tu cuarto, sugiere Amorosa. Ambos se levantan del sofá marrón, sin perder los besos apasionados que señalan el camino que no es muy largo. Se comienzan a desnudar furiosos, despojando la bata de color naranja y despojando también el vestido blanco con bordados de flores amarillas. Evaristo Jiménez le lame todo el cuerpo, y Amorosa correspondía con carias en la piel curtida y lastimada por los años. Por primera vez nuestro Profe no tendrá que pagar dinero alguno al negro y corpulento Nacho, para hacer el amor. Amorosa cogía el falo de su poeta para dirigirla al campo de Venus, sin embargo notó en los ojos del anciano, su cansancio, Ya no estoy en edad para estos trotes, se excusaba Evaristo. Ni pensemos que Amorosa dirá, Bueno, bueno mi poeta, ahora yo soy la policía y tú el prisionero, ¿vale?, esto tampoco pasará porque Evaristo a pesar de realizar su mejor esfuerzo, está verdaderamente agotado. No se le para en palabras más concretas, Nunca me dijiste tu nombre Amorosa, palabras que menciona el Profe, mientras le practica el mejor sexo oral. La francesa trata de contenerse pero está excitada, Me llamo Ave María., Ave María, Ave María y como si toda una vida hubiese estado esperando aquel nombre, Evaristo Jiménez supo que ya tenía el título de su último poemario.

Al día siguiente cuando se escuchó  el timbre del teléfono que sonó cerca del corredor, Amorosa trató de ignorarlo  sirviéndose un vaso de agua sin prisa. Bebió un pequeño sorbo y resolvió  dirigirse al alcance del auricular, Sí, diga, contestó con cierta inquietud, mientras que una voz  masculina que no podía reconocer le anunciaba palabras que se iban revelando en un idioma extranjero. Amorosa pensó que se trataba de una broma de mal gusto, número equivocado como diríamos muchos de nosotros, hasta que por fin reconoció el nombre del dueño de casa, Evaristo Jiménez, palabras que retomaron su atención a la conversación que no podía descifrar y que solamente escuchaba en silencio. Trató de excusarse con el señor que no paraba de hablar, pero se entretuvo en la distancia que la separaba de la vida, entre el pasadizo y el cuarto, donde Amorosa podía ver los pies desnudos de su poeta, ¿De dónde vendrá el amor? se preguntaba así misma,  decidiendo  colgar el teléfono para ir a su encuentro, cuando sucedió lo inesperado, Premio Nobel de Literatura…Premio Nobel de Literatura, palabras que se repetían en la voz inglesa y firme de aquel hombre, que terminaron de estremecerla súbitamente. Amorosa soltó el vaso que se estrelló contra el suelo, quebrando los cristales en pedazos cortantes que lastimaron el borde de sus pies. Con el dolor cruzó la puerta y vio por última vez al profesor de literatura, también escritor, también amante, también poeta, también humano tendido bajo la sombra de la muerte, Pobre hijo de Puta… eso te pasa por enamorarte, susurró Ave María, quien miraba la sangre oscura que manchaba el piso donde se encontraba parada y que poco a poco iba subiendo a su corazón, Pobre hijo de puta- comenzaba a llorar- abriendo cada vez más la herida que traía en el pecho, La muerte también vino por mí,  repetía con un trémula nostalgia que parecía apagarse a cada instante. La sangre se seguía derramando e iba trepando por la cama, las sábanas y el cuerpo del hombre a quien había amado desde la primera vez que sus miradas se hicieron inevitables. Todo era un espacio rojo lleno de un final de violines. Ave María se acostó al lado de Evaristo Jiménez quien dormía en un sueño profundo, donde la sangre seguía atravesando puertas… un túnel oscuro, que no tenía final, Pobre hijo de puta…¿quién nos mandó el amor?… pobre hijo de puta… él también debe llorar…entonces, Ave María, encerrada en una lágrima viendo un crucifijo clavado en la pared pensaba en su vestido blanco, en su vestido blanco, en su vestido blanco…



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